«Las grandes cosas están hechas de muchas pequeñas cosas»

Hoy entrevisto a mi amiga Teresa Giráldez Fernández (Madrid 1973). Esto, en principio -dirán quienes nos lean-, es más sencillo. En apariencia sí, pero en la práctica supone un mayor esfuerzo porque son tantas las preguntas o temas que me gustaría tratar con ella que, lamentablemente, mucho quedará en el tintero. Teresa Giraldez, es investigadora “Ramón y Cajal” Doctora en Bioquímica en el Departamento de Ciencias Médicas Básicas del Instituto de Tecnologías Biomédicas de la Universidad de La Laguna.

Ha obtenido premios y reconocimientos internacionales a su tarea, de la que a lo largo de la charla algo comprenderemos. Pero esta sección y este periódico no son especializados en neurociencia, bioquímica, canales iónicos, etcétera, etcétera, sino que están abiertos a la pluralidad de los lectores, por tanto la inmensa mayoría es lega en la materia de su especialidad, así que intentaremos ser divulgadores y accesibles.

— Ahora mismo Teresa Giraldez se encuentra en EE. UU. donde pasará unos meses avanzando en su último proyecto que me gustaría nos explicases del modo que pudiera comprenderse por la mayoría.
— Llevo muchos años colaborando como investigador en el Instituto Nacional de Enfermedades Neurológicas (NINDS) de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) en EEUU, y esta estancia es parte de esta colaboración, dentro de un proyecto europeo que llevamos a cabo en Tenerife. Nuestro propósito es registrar la actividad de unas moléculas que se encuentran en la neuronas y que son la responsables, junto con otras, de que las neuronas produzcan señales eléctricas, fundamentales para su función. Las neuronas funcionan con bioelectricidad. Casi todos hemos visto un electroencefalograma, ¿no es verdad?… Pues bien, esos picos que se ven apareciendo de manera periódica reflejan precisamente esa capacidad. Pero las neuronas no son las únicas células del cuerpo que manejan electricidad. Nuestro corazón, el músculo, incluso el intestino, en fin, muchos órganos en nuestro cuerpo la utilizan. Lo divertido, lo genial, es que en el laboratorio podemos aislar las moléculas que ayudan a generar y transmitir esta bioelectricidad, y ‘ver’ en el microscopio cómo funcionan, en tiempo real. Y ese tiempo es muy rápido: en milésimas de segundo se producen cambios que hoy en día ya podemos medir y estudiar.

— ¿Quién iba a decirnos que la electricidad es básica para el funcionamiento de nuestro organismo?
— A lo mejor no es el momento o el espacio más adecuado. Voy a intentar ser breve. Desde casi el principio de los tiempos, los médicos, los estudiosos, los científicos ya intuían que tendría que haber algún tipo de ‘energía’ -llamémosla así- que provocaba el movimiento de nuestros músculos. Estoy pensando, por ejemplo, en Galeno o en Descartes.

— ¿Descartes, el filósofo?
— Bueno también era matemático y físico. Él observó que la reacción del cuerpo ante el calor de una llama es casi instantáneo. Hoy sabemos, porque tenemos instrumentos para medirlo, que desde que, por un ejemplo, un dedo siente ese calor, hasta que se retira de esa llama, transcurre menos de un segundo. Pero el proceso, fíjate, es muy complejo: la piel siente el calor intenso, esa sensación llega hasta el cerebro, y éste envía una orden al músculo, en realidad varios músculos del brazo y la mano, para que retire el dedo de allí. Todo ese proceso en menos de un segundo. Descartes pensó que tendría que haber algún medio fluido que permitiese un camino rápido de ida y vuelta por así decir, una vía que llevase la sensación y por donde llegase la respuesta. Descartes no encontró la respuesta (él explicaba el fenómeno con la existencia de “caños” y fluidos), pero lo importante es que se planteó el por qué, y propuso una explicación. Por otro lado, y a través de otras observaciones, relativamente pronto se sabía que el ser humano no era ajeno a la electricidad estática, más aún el ser humano podía llegar a ser cauce para la electricidad -fuese lo que fuese la electricidad que aún no se sabía. Galvani fue el primero que descubrió y propuso la existencia de “electricidad animal”.

— ¿Qué ocurrió? ¿Por qué no se avanzó más en esa línea?

— Pues muy sencillo. Hasta mediados del XVIII el ser humano no fue capaz de empezar a almacenar la electricidad, y sólo cuando tuvo esa capacidad es cuando empezó a comprenderla. A partir de ahí se pudo comprobar que lo que se intuía no estaba muy alejado de la realidad. Hoy en día quizá nos sea más sencillo comprender este asunto, porque, ¿alguien se puede imaginar el funcionamiento del mundo sin electricidad? Sin embargo, no hace tanto -hablo desde una perspectiva histórica-, apenas doscientos setenta años, todo esto no era más que ciencia ficción. De hecho los más primitivos estudios que pretendían demostrar que algún tipo de electricidad formaba parte del funcionamiento de nuestro organismo causaron conmoción y grandes disputas científicas (estoy pensando en Galvani y Volta en el siglo XVIII). Sin embargo, la idea de la electricidad como algo asociado a la vida rodea nuestra historia y nuestra cultura; dicen que Mary Shelley se inspiró en el galvanismo para escribir Frankenstein: un hombre hecho de pedazos, a quien la vida se la da…un rayo.

— Naces en Madrid, te doctoras en la Universidad de Oviedo, desde allí a la Universidad de Yale, resides y trabajas en Tenerife, en la Universidad de La Laguna, pero algo de ti es muy segoviano, como tu apellido corrobora.
— No nací en Segovia, pero siempre he sentido que soy un poco segoviana. Tampoco estudié aquí, pero saqué aquí el carnet de conducir, eso cuenta mucho, ¿no? La verdad es que he pasado mucho tiempo de mi vida (o al menos un tiempo muy valioso) en Segovia: todos los veranos y vacaciones hasta que empecé la Universidad, y después he intentado venir siempre que he podido. Mis abuelos paternos eran muy importantes para mí y les quería muchísimo, venía a verles en cuanto tenía ocasión. Para mí, su casa, detrás de la Catedral, era un refugio, el lugar donde todo siempre iba bien. El tañido de campanas, mezclado con los graznidos de las chovas… son sonidos que pertenecen a mi memoria vital. Ahora Segovia no sólo es mi refugio, sino también el de mi familia: mi marido y mis dos hijos. Mi marido es canario, pero le encanta Segovia y pasamos las vacaciones aquí.

— Todo cuanto he leído y visto sobre ti remite al mismo principio: según afirma tu madre siempre quisiste ser científica.
— Eso dice ella. Y la verdad es que yo no recuerdo querer ser otra cosa. Pero también es verdad que tengo muy mala memoria.

— Parece obvio que siendo tus dos padres científicos, tú lo fueras, pero como también has dicho en alguna parte, sois cuatro hermanos y sólo tú has seguido ese camino.
— Bueno, creo que eso habla bien de mi familia, donde cada uno hemos seguido el camino que hemos querido. Esto es algo muy importante. Mis padres siempre nos animaron a dedicarnos a lo que nos hiciera felices.

— ¿Qué es ser científico?
— Vaya pregunta difícil. Wikipedia dice que es “es una persona que participa y realiza una actividad sistemática para adquirir nuevos conocimientos en el campo de las ciencias naturales”. Rodolfo Llinás, un respetado neurocientífico colombiano afincado en EEUU, lo define como “una persona con título en educación superior (Doctorado), varios años de experiencia profesional como investigador entrenado y creativo, un factor de impacto en investigación, cantidad y calidad de publicaciones, número de artículos referenciados, miembro de academias científicas y número de patentes”. Puede que suene menos idealista, pero creo que eso se ajusta más a la realidad.

— A lo mejor a ti te parece de Perogrullo, ¿pero por qué es importante la tarea de la investigación científica en este mundo, más allá de los avances en nuevas tecnologías?
— El conocimiento es lo que nos ha hecho progresar como seres humanos y como sociedad. La ciencia es la búsqueda del conocimiento. La ciencia es una parte esencial de nuestro progreso y un componente para que vayamos hacia delante y no hacia atrás.

— Uno piensa que una de las cualidades básicas que debe atesorar una científica o un científico, más allá del área sobre el que estudie, es la curiosidad.
— Yo creo que es un componente del ser científico. Sin curiosidad, es imposible. La curiosidad es la motivación última que mueve al ser humano a explorar lo inexplorado. Y ésa es una parte muy importante en la ciencia: el no tener miedo a las preguntas sin respuesta. Si no la tienen, es porque no hemos dado con ella, y hay que seguir buscándola, creando nuevos métodos y tecnologías, buscando por caminos paralelos pero finalmente convergentes. Sin curiosidad, es muy improbable que nos aventuremos en rutas así. Y entonces el descubrimiento es imposible, y sin él, el avance en el conocimiento es impensable.

— De los científicos siempre me han admirado dos cualidades: su humildad y su constancia.
— Bueno, la comunidad científica es enorme y somos humanos como ninguno. Por tanto, no todos son humildes ni constantes, y no sé si las dos cualidades se unen en todos nosotros. A mí me parecen cualidades humanas muy importantes y que definen a algunos científicos y científicas excelentes a los que admiro y que he tenido el honor de conocer. Pero también conozco a científicos fantásticos que no son humildes. Son menos agradables, pero también son muy buenos (y espero que nadie se ofenda con esta respuesta). La constancia es importante, pero no estoy segura de que defina a las generaciones venideras. El mundo nos está obligando a cambiar en todos los ámbitos. Espero no haber destrozado tus mitos, Amando.

— Nuestra época, cada vez más, por desgracia, valora la actividad profesional en función de su utilidad práctica e inmediata. En este sentido, el trabajo científico no es el más reconocido. Por concretar, ¿qué aplicación práctica puede tener tu investigación actual, aunque no sea de inmediato?
— En mi laboratorio tenemos varias líneas de investigación que estudian la base del funcionamiento eléctrico de las neuronas. Hacemos lo que se da en llamar investigación “básica”. La idea es que, aunque conocemos muchas enfermedades, de muchas de ellas no sabemos cuál es la causa molecular. Lógicamente, si conocemos al detalle esa base molecular, se entiende que podremos atacar la enfermedad de la manera más directa posible, desde su base. Porque todas las grandes cosas (el funcionamiento de nuestro cuerpo y, desgraciadamente, el fallo en el mismo, que produce enfermedad) están compuestas de pequeñas cosas. Son esas pequeñas cosas las que nosotros queremos estudiar: moléculas que en sí mismas constituyen una de las piezas de un puzzle complicadísimo. Cuando las miramos de cerca, son un mecanismo aparentemente simple, pero cuando nos alejamos un poco para mirar el conjunto completo…descubrimos que esas “pequeñas cosas”, juntas, han dado lugar a un proceso complejo, casi increíble.
En el fondo, ya no estoy hablando de ciencia, ¿te das cuenta? Es una filosofía de vida. Me remito a lo que decía hace un momento: el conocimiento es el mayor poder.

— ¿Por qué históricamente la ciencia, la investigación científica está tan mal en España?
— Me encantaría saber la respuesta a esa pregunta. Yo creo que cuando no hay dinero, una de las cosas que recortamos es la educación, el conocimiento, porque pensamos que es prescindible. Pero otras sociedades, precisamente las que han sabido priorizarlo, son más ricas y avanzadas. Hay muchos estudios demostrando que estas cosas (conocimiento, progreso y riqueza) están asociadas. Supongo que nosotros (nuestra clase política, sobre todo) no lo vemos, o no lo queremos ver.

— Otra cualidad de los científicos en la que no se suele poner el acento, y que me parece clave, es la creatividad.

— ¡Aquí estoy totalmente de acuerdo contigo! Los científicos somos muy parecidos a los artistas. Apasionados con lo que hacemos, inspirados a veces por un pequeño detalle, y siempre buscando explicaciones a lo que vemos. Para eso, hay que ser creativo. Y en España, donde tenemos que hacer buena ciencia con poco dinero, somos más creativos que en muchos más países.

— Precisamente este asunto de la creatividad me ayuda a entrar en otras dos facetas tuyas que quizá no sean tan conocidas: música y literatura.

— Aprendí a leer pronto. Uno de los recuerdos más buenos de mi infancia son las mañanas de los sábados que pasaba, desde que abrían hasta que cerraban, en la Biblioteca Infantil de Oviedo, con mi amiga Natalia Barrio. Cogíamos tres libros y los llevábamos de vuelta a la semana siguiente. Además siempre me ha encantado escribir, desde que aprendí a hacerlo. En Tenerife tuve la fortuna de contactar con el grupo de La Esfera, que han hecho posible que algunos de mis relatos cortos salgan a la luz, junto con los de otros autores (incluyéndote a ti, lo cual es para mí un gran orgullo). Es una faceta a la que me encantaría poder dedicar más tiempo, pero estoy muy ocupada intentando hacer todo lo que Rodolfo Llinás dice que tengo que hacer para ser científica…

— Quería cerrar esta conversación con una cuestión en la que ahora mismo estás muy involucrada, por cuanto he visto y leído: las dificultades que añaden a tu tarea de científica el ser mujer.
— Creo que es una tarea en la que me he involucrado porque es mi deber. La igualdad en nuestro ámbito (como en tantos otros, lamentablemente) no existe aún, así que debemos hacernos visibles y trabajar activamente para que la situación cambie. Hay muchos factores que hacen que esto sea así, y no podemos mirar a otro lado. Por suerte, estamos viviendo un momento en el que se está evidenciando más que nunca el papel de las mujeres, se nos está empezando a tener en cuenta en ámbitos profesionales donde somos minoría, muchas menos a medida que subimos en la escala de responsabilidad. Nos queda mucho camino que recorrer, pero soy optimista.

— Imaginemos, por último, que una niña de diez u once años le dice a sus padres que le gustaría ser científica, ¿cómo convencerías a sus padres para que no se opusieran a esa decisión?
— Si los padres se opusieran, les diría: “¿no os da vergüenza?”. Intentaría hacerles entender que el camino de nuestros hijos no es el nuestro, es el suyo, y la ciencia es una manera preciosa y privilegiada de ver y entender el mundo. Pero esto yo creo que es aplicable a cualquier dedicación, y la ciencia no es (ni debe ser) lo único. A veces, como padres, nos cuesta tanto aceptar que nuestros hijos son seres independientes….ay, pero esto es otra historia.

Y ahora sí concluimos. Cierro el ordenador, para enviar esta entrevista a la redacción del periódico, y aún resuenan en mí las palabras del final de una de sus conferencias que se puede ver en la red, su última intervención hace muy pocas semanas en Málaga, dentro del Programa Encuentros con la Ciencia, una serie de excelentes conferencias de divulgación científica que se celebran anualmente en Málaga. En palabras de sus organizadores, “inspirados en la labor divulgadora que tanto preocupaba al ilustre científico español Don Santiago Ramón y Cajal” (www.encuentrosconlaciencia.es). La conferencia de Teresa se tituló de modo muy inteligente y atractivo La auténtica ‘chispa’ de la vida: canales iónicos y actividad neuronal. Concluía refiriéndose al horizonte de los investigadores en este ámbito:

“Ahora se presentan dos vías, una es entender cómo los átomos se “mueven” en las proteínas que forman los diferentes canales, cómo responden al voltaje, cómo responden a la temperatura (…). Pero también ocurre que no tenemos una sola neurona, sino billones, y todas están conectadas de una manera que no conocemos completamente y no sólo se trata de aperturas y cierre de canales, existen otros fenómenos químicos, físicos y quizá otras combinaciones, aún por explorar”.

En ese momento, Teresa se vuelve a la pantalla donde han ido apareciendo ilustraciones que ayudan a entender mejor sus explicaciones y señala a la primera página de una partitura, la de “La Patética” de Beethoven. Continúa:

“Esta partitura, que es una de mis favoritas, requiere a alguien que ha utilizado estos canales para pensar, para sentir -para oír en este caso-; pero no sólo eso, el que está interpretando en el piano esa partitura requiere, por ejemplo, canales iónicos para leerla (usando los canales que hay en el ojo) y ejecutarla (con los músculos de las manos). Aún más fascinante es que estas señales se integran globalmente en nuestro cerebro, lo cual requiere otro campo de estudio. ¿Cómo es posible que esas “pequeñas cosas” individuales que les he enumerado (escuchar, ver, ejecutar), se sumen y coordinen de manera que lleguemos a ser capaces de interpretar y disfrutar esto? (señala a la partitura) . Y esta es la verdadera pregunta. Esto es lo que hace fascinante, para mí, este campo en el que trabajo: llegar a entender completamente todo el camino molecular y celular que nos lleva desde aquí (el esquema del funcionamiento básico de un canal iónico) hasta aquí (los pentagramas escritos por Beethoven, que luego se convierten, nada menos que en “La Patética”).

Fuente: ElAdelantado.com